Este artículo fue premiado como el Mejor Capítulo del año 2021 en los Golden Freezer Awards. |
Fuera de la Cueva es el séptimo capítulo de este Spin Off que pertenece al canon de Dragon Ball: Shouganai.

Capítulo

Había estado gran parte del día trabajando junto al rey, revisando el estado de los demonios que ahora eran soldados, e intentando contactar con aquellos que se encontraban en la Tierra y debían regresar para la contienda. Mientras más fueran, mejor.
—Contamos con un total de dos tropas de diez soldados, ninguno parece estar herido de gravedad—. Recopiló la información que había anotado en su pergamino—. Con algo de suerte, podemos hacer que dos o tres que hospedan en la Tierra regresen aquí.
—Eso sería excelente—. Dijo—. Estás haciendo un gran trabajo—. Le revolvió el cabello a su discípulo—. ¿A que se debe el nuevo look, por cierto?— Indagó.
—Solo pensé que era una ocasión especial, supongo—. Disimuló un rubor.
—Oh, es una lástima. Me gustaba bastante tu gorrita—. Comentó, con algo de recelo.
—Bueno, siempre puedo volver a usarla—. Se retractó un poco de su decisión.
Uriel soltó una carcajada y le dió una palmada en la espalda—. No te preocupes, eres libre de vestirte como quieras.
Gabriel se alegró un poco al escuchar eso—. De todos modos, Señor, esto significa que tenemos suficientes soldados para llevar a cabo el plan. Dos de ellos se acercarán al bando enemigo como si fueran detractores, y entonces podremos ver lo que pasa gracias a las esferas mágicas y atacarlos fácilmente.
—¡Perfecto! Puedes ir buscando dos candidatos para el trabajo, lo dejo a tu criterio.
Asintió, acatando lo antes posible la orden. Fue inspeccionando a los akumajin uno por uno, pero ninguno le convencía. Entonces vino a su cabeza la imagen de un demonio cuya capacidad de no hacer ruido le había causado muchos problemas.
Fue de visita a las afueras, y encontró a su asistente sumergido hasta el cuello en uno de los ríos de agua hirviente.
—¿Qué haces proclastinando tan temprano?— Se burló.
—Estoy en mí descanso—. Se excusó.
—Decir descanso es solo otra forma de decir proclastinar—. Objetó—. Pero no te preocupes, me comprometo a hacerte trabajar hasta el hartazgo.
—Apiádese un poco de mí, señorita—. Fingió dolor en su voz—. ¿Qué tengo que hacer esta vez?
—Necesito encontrar un buen espía que se infiltre en el bando contrario. Y pensé en un candidato perfecto, ¿Puedes adivinar quién es?—. Abrak negó con la cabeza, siguiendo el juego—. Es torpe, increíblemente irritante y sus chistes son horribles.
—¿Es muy guapo?
—Quizás.
—Oh, me alegra que pensaras en mí para el trabajo—. Rió—. Prometo hacer mí mejor actuación.
—Eso espero, porque de eso depende el resto del plan. Pero hey, sin presiones—. Dijo, con sarcasmo.
—Justo lo que necesitaba para subirme el ánimo—. Copió su tono. Entonces vió que la Makaioshin se alejaba—. Espere, ¿No quiere quedarse aquí un rato?— Preguntó.
—No puedo, aún queda mucho por planificar—. Negó.
—Oh, vamos. Será solo un rato, y es bueno tomarse un descanso entre tanto trabajo—. Insistió.
—No—. Reafirmó, con algo de irritación—. No me gusta bañarme con gente, y tú estás todo el día en la tierra. Esa agua debe estar llena de tu suciedad—. Recriminó.
Abrak frunció el ceño e hizo un puchero—. Yo no estoy sucio, me baño cada día—. Suspiró—. Pero está bien, pero antes de irse, déjeme decirle algo importante.
Gabriel se acercó, agachándose para escucharlo. Entonces la tomó del brazo y tiró dentro del río. Comenzó a reírse, pero cuando no vió a nadie salir a la superficie del estanque, se preocupó.
—Ay no, ¿Qué hice?— Se preocupó de haber ido demasiado lejos.
Entonces una cabeza emergió del agua. Ahora era ella quien se estaba riendo.
—¡No haga eso, me asusté mucho!— Señaló Abrak.
—Es tu culpa por hacer una jugada tan obvia.
—Bueno, aún así gané—. Festejó.
Entonces la Makaioshin se dió cuenta de lo que había hecho. Le lanzó una mirada amenazante al demonio, pero luego se relajó—. Realmente me causas muchos problemas.
Tuvo que esperar a que su ropa se secara para regresar a su labor. Se sentía realmente plena de que las cosas estuvieran yendo tan bien; finalmente le había demostrado al rey lo grande que era su lealtad, y este parecía darle más libertad en sus decisiones.
Se detuvo. Había pisado algo. Era un resto de un carrito destruido; entonces miró a su alrededor y habían muchos más, piezas desparramadas, rotas. Le dió algo de lástima pensar que había arrojado el esfuerzo de su amigo a la basura. Pero era por una buena razón.
Mientras pensaba en eso, creyó haber escuchado unos pasos muy cerca. Volteó, y vió una figura escaparse hacia las afueras. La siguió.
El akumajin era rápido, y logró llegar hasta la zona prohibida del Makai. Pero la demoniza lo detuvo a tiempo, paralizándolo con telequinesis. Se acercó, y colocó una mano alrededor de su cuello, haciendo que las garras se claven levemente sobre la carne.
—¿Qué crees que estás haciendo?— Le preguntó.
—No... No pienso quedarme aquí—. Dijo, con algo de dificultad.
Le propinó una bofetada—. ¿Qué estupidez dices? Tú tienes que pelear, al igual que los otros. El mismo Rey Uriel entrará al campo de batalla, así que no creas que puedes escapar.
—Él no lo hará. Dejará que vayamos a enfrentarlos hasta que uno de los bandos muera, será un ataque suicida. Tengo que escapar de aquí—. Desesperado, intentó librarse.
—Nadie va a morir. Sólo haremos presión suficiente para acorralarlos y hacer que se rindan—. Replicó—. ¿Te atreves a desconfiar de la palabra real?
—Así es. El Rey está empeñado en volver a los Makaioshin máquinas de matar, y para eso hará cualquier cosa.
Esas palabras parecieron hacer cortocircuito en la fiel seguidora del rey. Sus ojos quedaron en blanco por unos segundos.
—¿Tú en serio prefieres tomar el riesgo de morir ahí que quedarte?— Indagó, casi sin voz.
—Si me quedo aquí, terminaré muerto de todas formas—. Advirtió—. Es mejor intentarlo.
Luego de pensarlo un poco, lo soltó—. Escapa y asegúrate de no volver. Diré que estás muerto, pero si vuelvo a verte pisar este reino, haré que realmente desees morir—. Amenazó, con el tono más espeluznante que había hecho hasta el momento.
—Gracias...— Susurró el demonio, anonadado por la acción.
Salió corriendo hasta ese lugar oscuro que podía comerse a cualquier demonio. La Makaioshin lo miró; no tenía posibilidades de llegar al exterior, lo más seguro era que moriría.
Absorta en sus pensamientos, regresó junto al Rey. Y este no tardó en darse cuenta de su estado.
—Te noto algo pálido. Quizás tanto trabajo te está afectando—. Se burló sarcásticamente.
—Señor...— Murmuró, ignorando su hostigamiento—. Usted no saldrá a pelear, ¿No?
La expresión en el rostro de Uriel se moldeó en algo más frío—. No. No te lo dije antes para no colocarte presión, era mejor si lo averiguabas a último momento.
Tembló, su cuerpo se puso rígido y sus palabras parecieron ahogarse en un amargo sabor—. Iba a mandarme a morir—. Susurró, mientras las lágrimas se formaban en sus ojos—. He hecho todo por usted, he soportado todo, y aún así iba a dejar que muriera—. Repitió, con cierto enfado en el tono.
—No creo que estés viendo las cosas desde mí punto de vista, estás siendo injusto—. Replicó el Rey—. Esto solamente era una prueba más para ti. Y si salías con vida, te convertirías en el ser más poderoso que haya pisado este lugar—. Habló con un desinterés tan grande que era aterrador.
—¿Y si moría? ¿Y si necesitaba ayuda? Si me desangraba dentro del campo y le rogaba por ayuda, ¿Hubiera acudido?
—No—. Fue una respuesta contundente. La Makaioshin sintió que se le estrujaba el corazón—. Los débiles no me sirven. No lo tomes personal. Pero no te preocupes por eso, entrenarás lo suficiente para que ganar sea fácil—. Eso último lo dijo con un tono más cariñoso, mientras acercaba la mano a la mejilla de su aprendiz.
Pero esta vez, hubo una reacción inesperada. Las garras atravesaron el rostro de Uriel, dejando una marca sangrienta en sus pómulos. Se limpió con el dorso de la mano.
—Bueno, bueno, ¿Qué tenemos aquí?— Fue sarcástico—. Así que al fin muestras tu verdadera cara, ingrato estúpido.
Pensó en volver a atacarlo, quería hacerlo. Pero no pudo. Se paralizó por completo, y recibió de lleno el castigo que le correspondía. Una mano tomó la mitad de su cráneo y la estampó contra el suelo.
—U-usted me ha estado mintiendo—. Al borde del llanto, trató inútilmente de quitarse mano. No tenía fuerzas—. Y-yo creí que...
—¡¿Creíste qué?!— Gritó, furioso—. ¿Esperabas un abrazo, una palmadita en la espalda?— Dijo con un sarcasmo seco—. Pues adivina, el mundo es más cruel que eso. Y tú eres reemplazable, ¡Igual que todos los demás!— Volvió a alzar la voz.
Antes de poder responder a la agresión, sintió algo extraño; una sensación que ya era demasiado familiar como para no darse cuenta de inmediato de que se trataba. El ácido que escurrió de la mano se hundió rápidamente en la parte izquierda de su rostro. Usualmente sería algo que podría soportar, pero esta vez era mucho más fuerte, más letal. En cuestión de segundos, se había comido la capa superior de su piel.
Luego de tanto tiempo, parecía haber recordado cómo se sentía el dolor real. Gritó hasta perder el aire.
—Si tú crees que puedes cambiar como funciona este mundo, estás muy equivocado—. Reprimió, entre dientes—. Todos nosotros compartimos el mismo destino. Estamos destinados al caos, a la destrucción y a convertirnos en polvo—. Habló con un tono más calmado que antes—. Así son las cosas y así se van a quedar.
Al apartar la palma, dejó ver un cúmulo de sangre chorreando de la pequeña cara de su protegido; parecía respirar con algo de dificultad. Lo tomó del cuello, una mano fue suficiente para rodearlo. Entonces escurrió el ácido, y el cuerpo que sostenía se comenzó a retorcer. Fue cuestión de tiempo hasta que el líquido rojo comenzara a desbordarse. Sólo ahí estuvo satisfecho.
—¿Te quedó claro?
Tras la amenaza, dejó caer a la Makaioshin, que se desplomó en el suelo y tembló, casi convulsionando.
—¿Te falta el aire? Es una lástima—. Se burló—. Debiste pensarlo mejor antes de tocarme. Ahora lárgate y regresa cuando estés en todos tus sentidos.
No sabía cuánto tiempo había tardado en reincorporarse, o caminar todo el trayecto. Se había desmoronado un par de veces, y seguramente un rastro de sangre delataba sus pasos en cámara lenta.
El dolor se había esfumado por completo, pero el cuerpo le pesaba. Y apenas era capaz de recoger algo de aire. La boca le sabía a sangre, y estaba casi segura que no volvería a abrir uno de sus ojos.
Estaba en la mierda, seguía viva de pura casualidad. Y quizás hubiera sido mejor para su orgullo morir en ese instante, y no tirada en una cueva oscura, completamente sola.
Se dejó caer contra una roca y repasó involuntariamente las palabras que hace un momento le habían dicho. "Estamos destinados a convertirnos en polvo" "No puedes hacer nada para cambiarlo".
Cerró el ojo que mantenía abierto, estaba demasiado cansada. Respirar era demasiado incómodo a este punto. Entonces pensó que quizás no había sido lo suficientemente fuerte.
Abrak se dirigió nuevamente a su cueva tras acabar su entrenamiento. Al entrar, se sorprendió de ver a su ama.
—Vaya, no creí que fuera a volver tan pronto—. Comentó, y se extrañó de no recibir respuesta. Entonces se acercó. Se estaba maldiciendo a sí mismo por su complicación para percibir rostros, no conseguía darse cuenta de qué andaba mal. Hasta que pudo ver sangre. Se desesperó—. Oye...— Llamó—. ¡OYE!— Le sacudió los hombros, en un intento de despertarla—. ¡Reacciona, por favor!
Tomó su muñeca y se apresuró en revisar las palpitaciones; su cuerpo estaba frío y los latidos iban rápidamente en caída. Tenía que hacer algo. Y solo tenía un lugar al que ir a pedir ayuda.
Tomó el cuerpo con el mayor cuidado que pudo y abandonó el lugar.
Su ojo se abrió, aún veía nublado. Y el que no mantenía abierto había comenzado a doler. Con algo de dificultad, se sentó, y sus sentidos empezaron a actuar de nuevo.
—¿Qué es este lugar?— Miró a Abrak, que aún sostenía su mano en señal de preocupación.
—¡Despertaste!— Exclamó el demonio, incrédulo y alegre.
Gabriel expresó interrogación ante esa reacción—. ¿Estuve inconsciente mucho tiempo?
—Dos días—. Uno de los demonios encapuchados respondió su duda—. Y estás en la zona de exilio. Llegaste aquí en estado crítico, con dos hemorragias. Pudimos detenerlas, pero las heridas eran demasiado profundas. Posiblemente te dejen secuelas—. Advirtió—. Tuviste mucha suerte.
—Yo... Realmente pensé que iba a morir—. Murmuró, tensando las cejas—. Gracias.
—No nos agradezcas a nosotros. Sólo te salvamos porque eres importante para nuestro amigo—. Señaló al akumajin rojizo.
Este le dirigió una sonrisa para tranquilizarla, pero inmediatamente su expresión cambió a una más seria. Hizo un gesto para que el resto se apartara y los dejase hablar a solas—. ¿Qué fue lo que ocurrió?
Se tomó si tiempo antes de responder—. Creí que si le demostraba de lo que era capaz, y la lealtad que tenía, me ganaría su confianza, y las cosas serían diferentes—. Miró hacia ninguna parte, y algunas lágrimas se escaparon—. Pero al final no hay nada que pueda hacer.
—Pero tú me hiciste una promesa—. Replicó, dolido de verla en ese estado melancólico.
—No puedo cumplirla—. Enterró la cara en las rodillas, negándose a ver la decepción en sus ojos—. Todos nosotros nacemos encadenados y morimos encadenados. No saldremos nunca de este lugar, eso es mentira. Deja de ser tan ingenuo—. Replicó, con un tono tan quebrado que para el demonio era difícil pensar que se trataba de la misma persona.
Abrak se levantó—. "Está bien, puedo soportarlo"—. Citó, llamando la atención de su contraria que alzó la vista—. "Mientras no piense en eso, está bien" "No es como si pudiera hacer algo, porque sólo soy un esclavo"—. Encontró sus ojos con algo de dificultad, y continuó—. Es la clase de cosas que solía pensar, me había resignado a vivir así. Incluso cuando te conocí, sólo pude pensar que eras igual al resto, amable al principio, y con segundas intenciones—. Rió un poco—. Pero me mostraste que eres la clase de persona que no rompe una promesa. Y yo quise convertirme también en esa clase de persona.
Se puso de cuclillas, sin perder el contacto visual, y bajó un poco el tono—. Me quedé a tu lado por voluntad propia, no porque me lo ordenaras. Pero no puedo ser libre sabiendo que tú no lo eres—. Pasó una mano por su mejilla, secando con cuidado los restos de lágrimas—. Así que esta vez me toca ayudarte.
Se quedó en silencio un rato, poniendo algo nervioso al akumajin, pero acabó soltando una carcajada—. Realmente tengo suerte—. Comentó, logrando que su contrario se ruborice.
La ayudó a levantarse, y se pararon frente a la salida de la cueva. Al principio, fue difícil para la Makaioshin acostumbrarse a la luz. Pero logró adaptarse.
Abrak la miró—. ¿Sabes? Creo que es buen momento para que te vayas consiguiendo un nuevo nombre—. Bromeó.
—Espero que hayas ocupado estos últimos días pensando uno bueno—. Llevó una mano a la cadera, recuperando su habitual confianza.
—Ánima—. Pronunció.
—¿Qué significa?— Le devolvió la mirada.
—Alma.
Abrak pudo distinguir una sonrisa ladeada dibujarse en la mujer—. Oh, vamos. Eso es cruelmente irónico—. Dijo, con diversión. Y miró al frente—. Supongo que me lo quedaré.