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Corriendo Riesgos es el cuarto capítulo de este Spin Off que pertenece al canon de Dragon Ball: Shouganai.


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Capítulo

TWSSCCap4

Si quería hacerlo bien, lo mejor sería tomar referencias. Por suerte siempre podía ver los modelos de coches terrícolas y copiarlos. Tomó papel y grafito, y se dirigió a la cueva donde escondía las bolas mágicas. Hizo muchos bocetos hasta finalmente llegar a algo que lo convencía.

—Eh, me pregunto cuanto tiempo ha pasado...— Apenas regresó en sí, tomó sus cosas y abandonó la cueva, para ir a otra.

Estuvo algo inquieto de camino; pensó que tal vez había hecho esperar de más a su amo, que de seguro había ido a vigilar su trabajo.

Para su sorpresa, el Makaioshin parecía demasiado perdido en su propio mundo. Lo vió sentado en una roca, dibujando o escribiendo, con un montón de papeles arrugados cerca. Se había quitado los guantes, y mordisqueaba sus uñas con nerviosismo.

—Es un mal hábito comerse las uñas—. Comentó Abrak, con un tono más risueño de lo normal.

El príncipe demonio se exaltó más de lo que hubiera esperado. Quizás sí estaba demasiado concentrado.

—¿Cuántas horas han pasado?— Le preguntó.

—No muchas—. Intentó calmarlo, ya lucía lo bastante estresado—. Unas tres o cuatro.

—Oh...— Se tranquilizó. Pero pareció perderse de nuevo, y el ambiente quedó en silencio. —Entonces... Revisando con tanta preocupación la hora, me pregunto quien es el afortunado demonio—. Intentó bromear, con la esperanza de que entendieran el chiste.

El Makaioshin no rió, pero dejó entrever una pequeña sonrisa—. Eso fue muy malo—. Dijo, con sinceridad—. Realmente malo—. Continuó, sin dejar de sonreír.

—Oh vamos, al menos lo intento—. Se rascó la cabeza, algo apenado pero satisfecho con la reacción—. Los chistes siempre suenan mejor en la mente.

—Sí... Algunas cosas es difícil traspasarlas a la realidad—. Dijo, más para sí mismo mientras volvía a mirar la hoja.

—Hm, ¿Puedo saber o es un asunto de la realeza?— Preguntó, tras dudarlo un momento. Quizás estaba tomando demasiada confianza.

—Sólo trato de practicar mis ilusiones—. Le explicó sin rodeos—. Pero es difícil, debo visualizar cada detalle o no funcionan. Por eso trato de dibujarlas antes. Aún así, me da problemas—. Le pasó el papel a su secuaz, y observó por encima los nuevos planos. Sonrió.

El akumajin inspeccionó el dibujo. Se trataban de algunas piedras flotando alrededor de un monigote, y este se retorcía. Habían algunas cosas anotadas pero no entendía la letra tan pequeña.

—Esto es... Algo—. Balbuceó, y vió al Makaioshin alzar una ceja—. Ah, me refiero a que estoy sorprendido. Pocos demonios tiene habilidades artísticas.

Sin embargo, el aprendiz lo detuvo haciendo una señal de alto con la mano—. Sin halagos, dame tu opinión real. Es una orden—. Su voz se había vuelto más firme; algo de eso lo había irritado, estaba claro.

—Si usted lo pide...— infló sus pulmones de aire. No podía esconder el temor en su rostro—. Creo que ha sido inteligente empezar por algo simple, siendo que hay muchas referencias de rocas por aquí. Pero si lo que quiere es aprender a visualizar, necesita mucha más práctica. Empezar por cosas sencillas, sin mezclar tanto—. No pudo exhalar. El corazón lo tenía en la boca.

Pero sólo escuchó una risa baja—. Hombre, lo dices demasiado sutil—. Se burló, apoyando la cabeza en la mano—. Sólo di que es basura, no voy a descuartizarte. Pensé que había quedado claro ya.

Abrak tosió en su mano, incómodo ante esa actitud a la que aún no se acostumbraba—. Bueno... Entonces permítame que lo ayude con eso.

El esclavo se sentó junto a su amo, para darle indicaciones cada tanto. De repente la atmósfera se tornó más amigable, así que comenzaron a hablar de cosas sin importancia.

Antes de que pudiera darse cuenta, se hizo de noche. Preparó una pequeña fogata dentro de la cueva para mantener el calor. Pensó que en ese momento el Makaioshin se iría como siempre lo hace, pero se sentó cerca del fuego.

—¿Va a dormir aquí?— Indagó.

—No. Yo no duermo. Pero me quedaré aquí un rato.

—Ya veo...— Así que no dormía, eso sí que era extraño. Pero debía ser genial no cansarse.

Bostezó y se acurrucó cerca del fuego. Cuando despertó, su amo ya no estaba.


Gabriel se había ido al amanecer, como cada día. Se había ido a ver al rey, que todos los días solicitaba su presencia, siempre en el mismo horario. No debía desobedecer su orden, no lo haría si sabía lo que le convenía. Pero a veces sentía que las consecuencias de romper las reglas no podían ser peores que enfrentarse a la muerte.

Estaba temblando en el suelo, la pérdida repentina de sangre siempre le daba frío. Por suerte su ropa era bastante abrigada.

Intentó levantarse, pero las quemaduras más recientes eran dolorosas.

—No me digas que me he sobrepasado—. Dijo Uriel, en un tono que no podía distinguir si era de preocupación o sarcasmo—. Hey, ¿Qué es esa mirada?— Bajó la vista de inmediato, seguro le había lanzado una de esas miradas de impotencia que a veces se le escapaban—. Recuerda que esto es para que te fortalezcas. No haría nada que no fuera por tu propio bien—. Insistió, alzándole el mentón—. Ahora levántate. No debes pensar en el dolor, nadie debe darse cuenta de él—. Advirtió.

Llenó de aire sus pulmones y se forzó a ponerse de pie. El dolor fue terrible por unos momentos, pero luego simplemente pudo ignorarlo y andar como si nada.

En su camino de regreso, su cruzó con Azrael. El Makaioshin estaba tomando su ración de comida diaria. Por alguna razón, verlo tan calmado despertó su ira.

—Hey hey, ¿Qué crees que haces?— Lo detuvo, simulando amabilidad.

—No me molestes, fenómeno—. Le respondió, desviando la vista.

—Que forma tienes de dirigirte a tus superiores—. Sonrió—. Parece que no te das cuenta de que tu lugar en la jerarquía depende de mi—. Pasó una mano por la mejilla del contrario, sólo para atormentarlo.

Azrael se zafó, más que incómodo—. No seguiré las órdenes de un mocoso, yo solo sigo al rey.

—Resulta que mis órdenes van al nombre del Rey—. Caminó hasta quedar del otro lado del sujeto azulado—. Desobedecerme implica un castigo importante.

—Di qué mierda quieres de una vez—. No pudo contener su desesperación.

Gabriel esbozó una sonrisa maliciosa—. La comida es un recurso muy importante y limitado, no puede desperdiciarse en aquellos que no aportan nada a esta sociedad—. Dijo, quitándole la ración de las manos—. Y no te he visto hacer nada productivo últimamente.

—¿Cómo te atreves a decirme eso? Yo me encargo de disciplinar a Dabura, ¿Sabes lo difícil que es lidiar con ese monstruo? Y cuando trato de hacer algo más, tú acaparas todas las tareas.

—Me suena a que te estás excusando—. Se burló—. Ni siquiera puedes mantener bajo control a tu discípulo, no tienes carácter.

—Cuida tus palabras—. Lo enfrentó, quedando cara a cara—. ¿Cuál es tu problema conmigo?

La mirada del Makaioshin cambió a una siniestra, casi rígida—. Me niego a que parásitos como tú sigan vivos—. Ladró.

Sin darle tiempo a responder, le dió la espalda, y fue a llevarle la comida a su sirviente. Mirar hacia atrás y observar la frustración de su colega fue satisfactorio.


Cuando entró en la cueva, se topó con un aparentemente nervioso demonio, o al menos, lo suficiente para caminar en círculos mientras se agarraba el cabello.

—Es un mal hábito rascarse la cabeza—. Le replicó, copiando su anterior conversación. El akumajin volteó a verlo—. Toma, no quisiera que te desnutras y mueras—. Dijo, dejando el tazón en el suelo.

—Eh... gracias—. Respondió al curioso comentario—. Pensé que era temporada de escasez—. Dijo, extrañado por la buena cantidad de comida.

—Lo es, pero es una prioridad acabar este proyecto, y para eso necesitas energía.

Abrak dudó—. Pero tengo bastante resistencia, sería mejor repartirlo entre los obreros.

La expresión del Makaioshin se alteró por un momento ante esa mención. Abrak pudo distinguir algo de molestia, y quizás, asco.

—Ellos van en piloto automático, no lo necesitan tanto—. Justificó, exagerando ademanes que delataban su descontento—. Pueden soportar una o dos semanas de escasez.

—Pero... Los más débiles morirán.

—¿Y qué?— Rió, como si fuera algo inevitable—. Pueden crear más.

El demonio se paralizó un minuto. Ese había sido un golpe de realidad bastante duro. Había olvidado por completo con quien estaba tratando, y cual era su lugar.

—En fin—. Zanjó el tema—. Dijiste que necesitabas materiales, ¿No? Cuando termines iremos al reino a buscarlos.

—¿Cómo?— Algo asustado, se corrigió—. Es decir... ¿Qué pasará si Dabura me ve?

Gabriel se encogió de hombros—. ¿Qué podría pasar? Tú eres mí sirviente ahora—. Recordó.

—De acuerdo...— Resignado, decidió que lo mejor sería dejar de protestar.


Abrak se sintió incómodo caminando por el sendero de tierra junto al príncipe. Había captado muchas miradas de antiguos compañeros, algunos lo vieron con recelo, otros se apiadaron, sabiendo que su buena suerte no duraría mucho.

El Makaioshin, por su parte, parecía no molestarse en mirar a nadie. Había vuelto a cubrirse casi todo el rostro, ambos brazos en la espalda, caminando unos metros por delante. Observado de otro ángulo, parecía como si el akumajin estuviera siendo guiado por un ángel de la muerte hasta su tumba. Y aunque no era el caso, su destino no era mucho más bonito que eso.

Abrak se forzó a retener el aliento mientras se sumergía en una pequeña mazmorra que era más bien como un taller. Él lo conocía bien, y sabía donde estaba cada cosa. Aunque no era fácil tomar lo que buscaba, necesitaba un material resistente y moldeable, como las garras de los demonios. Su única opción era tomar las uñas de los cuerpos sin vida que se almacenaban allí.

—Con esto será suficiente...— Se dijo, luego de haber arrancado algunas uñas y cargarlas en una bolsa. Tosió, el olor que desprendían los cadáveres era insoportable. Se apresuró en salir.

—¿Ya tienes todo?— Le preguntó su amo, cubriéndose la nariz.

—Sí. Todo listo—. Había tomado algunas herramientas para trabajar.

Sin más que hacer, se marcharon del desagradable sitio. Pero a mitad de camino se toparon con la única persona que Abrak deseaba no ver.

—Vaya vaya—. Cantó Dabura—. Así que estás de vuelta, pequeña basura—. Se acercó al demonio rojizo—. Me dejaste esperando demasiado tiempo, espero sepas lo que eso significa...— Amenazó.

Abrak tragó saliva, y el Makaioshin de negro se puso delante de él, enfrentando al más alto.

—Él ahora es mí propiedad, Dabura—. Le dijo, sonriendo, sin titubear—. Si quieres recuperarlo, debes pasar por encima de la realeza. Y no creo que quieras intentarlo.

El aterrador Makaioshin frunció el ceño—. ¿A qué te refieres conque es tu propiedad? Ha estado conmigo desde siempre.

—Resulta que ahora es un recurso valioso y no dejaré que lo mates—. Su cruzó de brazos, afirmando su seguridad—. Así que si lo amenazas o siquiera te atreves a tocarlo, tendré que tomarlo como un acto de traición a su reino, mí estimado—. Se burló.

Dabura gruñó, y se agachó para quedar cara a cara—. ¿Quién te crees para venir y robarme algo?

—¿Robar?— Alzó una ceja, y rió—. ¿Por qué no le preguntas a él qué prefiere? Si quiere regresar contigo, así será.

Se enderezó nuevamente—. Hey, Abrak. Dile que prefieres estar conmigo, somos hermanos después de todo—. Mencionó, tocando una fibra sensible.

—Pff, no me digas que piensas engañarlo con eso—. Se mofó—. Ven aquí, Abrak—. Hizo un ademán con la mano, y el akumajin dió unos pasos adelante—. Tú recuerdas todo lo que este tipo te hizo pasar, ¿No?— Lo tomó del brazo, logrando irritar más a su colega—. Golpes, insultos, yo nunca te he hecho nada de eso—. Le siguió recordando.

Acarició su mejilla con la mano. Las muestras de afecto sólo enfurecían más al gran demonio.

—Así que hazme un favor y pon a este sujeto en su lugar.

Abrak le echó una mirada a cada uno y luego fijó los ojos en el suelo. Era mucha presión. Pero el agarre en su brazo le dió un poco de confianza.

—Yo...— Murmuró, y alzó la cabeza—. Me siento más cómodo con mí nuevo amo—. Habló fuerte y claro.

A Dabura se le ensancharon los ojos; el Makaioshin más joven rió ante su expresión ridícula.

—Ya ves—. Le echó en cara—. Ya no tienes ningún poder sobre él, será mejor que no intervengas.

El maléfico demonio se forzó a no sacar sus garras y arrancarle la cabeza en ese momento—. Tú... Me pregunto si sabes a lo que estás jugando.

Gabriel ignoró la amenaza. En su lugar, se dirigió a su lacayo—. Has respondido correctamente—. Una vez más, paseó la mano por su rostro—. Creo que mereces una gratificación.

A pesar de que estaba acostumbrado a ver sangre, tortura y disfrutarlo, lo que hizo en ese momento el Makaioshin le provocó a Dabura una total repulsión.

Ese renacuajo se había atrevido a darle un beso en los labios al akumajin. Le saltaron todas las alarmas, fue un espectáculo grotesco, y solo podía preguntarse de donde había sacado la idea de hacer algo así. Luego se acercó a él, limpiándose la boca, como si nada hubiera pasado.

—Estás enfermo—. Soltó, sin pensarlo.

—Quizás—. Respondió, inexpresivo.

—¿A qué quieres llegar con esto? No puedo entenderlo—. Negó con la cabeza.

—Te diré un pequeño secreto...— Se acercó lo suficiente para escucharse el posterior susurro—. Lo que yo haga, no te incumbe—. Remató, con notable soberbia. Se había quitado las ganas de devolverle el favor.

Llamó a Abrak y los dos se alejaron, dejando solo al aprendiz de Makaioshin. Este rió por lo bajo, y luego un poco más fuerte.

—De acuerdo, tú ganas—. Dijo—. Veamos qué tan lejos puedes llevar esto, será divertido.

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