Dragon Ball Fanon Wiki
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Resignación

—¿Ha escuchado hablar de los dioses, Farnat?—Dijo el Ángel; había estado observando al singani un buen rato, sin lograr sacarle una palabra.

Esta vez no fue la excepción. El nombrado únicamente se limitó a menear la cabeza levemente de arriba a abajo, sin mirarlo a la cara.

—¿Sabe? Cuando nos referimos a los dioses, estamos hablando de todo aquel que carga en sus hombros la responsabilidad del universo—. Dijo, y viendo que su interlocutor continuaba con la mirada perdida en el suelo, prosiguió—. Pero cuando los mortales hablan de ellos, suelen conocer solo a los Shin-jin, los dioses creadores.

No obtuvo respuesta, pero la paciencia de aquellos seres era innata, así que no se rindió en el intento de hacer que Farnat probase sus nuevas cuerdas vocales.

—No obstante... La mayor parte de la responsabilidad recae en los Dioses de la Destrucción—. Hablaba lento y pausado, para que su Dios no se perdiese en medio de la explicación—. Tal y como su nombre lo indica, estos no crean vida, sino que la destruyen—. Ante esa pequeña aclaración, pudo notar cómo unos enormes puños se arrugaban y comenzaban a temblar por la tensión—. Es muy difícil elegir a un Dios de la Destrucción; los Shin-jin simplemente nacen, pero esto es distinto, es una labor compleja, que exige mucho más sacrificio con tal de romper el equilibrio natural de las cosas. Es por eso que se hacen esta clase de pruebas antes; no todos llegan a pasarlas, lastimosamente, una gran parte son destruidos junto con su universo, pero usted, Señor, ha sido una de tantas excepciones, y debería sentirse honrado con su puesto—. Añadió, sumergiéndose en un silencio absoluto tras acabar el sermón.

Farnat, por su parte, no hizo nada para romper el hielo, y en su lugar, se marchó del gran salón; dándole la espalda al Ángel. Este último sabía exactamente hacia donde se dirigía, así que se decidió por seguirlo, llegando así a una alcoba de tamaño mucho menor al anterior espacio, pero que aún así parecía vacía al estar ocupada únicamente por una cama, y el que trataba de conciliar el sueño.

—Es inútil, mi Señor—. Habló el Ángel, y el Dios supo de inmediato que no refería a sus problemas de insomnio—. Se han ido, y ya no hay nada que pueda hacer para traerlos de vuelta—De inmediato sintió el hilo de unas garras posándose casi sobre su cuello; el rostro frente al suyo parecía querer ahogarse en llanto. Su comentario había dolido, vaya que lo había hecho, e inconscientemente trataba de causarle el mismo dolor con su filo—. Deberías aceptar tu realidad. Esto todo lo que tienes ahora, y no es poco—. Terminó, sintiendo que Farnat aflojaba su agarre, calmándose, pero no mejorando su expresión.

—Si quieres dormir, adelante. Pero asegúrate que al despertar hayas superado tu trágico pasado. Un Dios no puede ser tan débil—. Replicó antes de irse, harto de no llegar a ninguna parte.

Y así lo hizo. Solamente sus sueños eran lúcidos, y solo en ellos podía recordar con claridad su vida pasada; quizás no habían demasiados momentos buenos, quizás estaba sobrestimando sus propios recuerdos, distorsionándolos a medida que pasaba el tiempo, pero era mejor que el presente. Ahora era solo un cascarón vacío, toda su esencia y lo que un día fue, habían desaparecido junto con el resto de su universo; era una triste sombra sin un lugar dónde esconderse.

Se negaba a ser un Dios, pero, ¿No era eso lo que había estado haciendo todos estos años? No, para nada. Él nunca había destruido a nadie, mucho menos para prolongar su propia vida. No estaba de acuerdo con los métodos que tenían, y sin embargo, no tenía ninguna escapatoria. No habían más opciones, excepto dejarse morir, y ese era el único camino que quería tomar. Morir mientras aún poseía sus recuerdos.

El resto de sus días durmió todo lo que pudo, así dejaba volar el tiempo. De vez en cuando despertaba brevemente, y pasaba el rato vagando por el gran castillo de aquel enorme planeta, quizás, demasiado para dos personas; evitaba hablar con su Ángel, y cuando este se acercaba, se negaba a responder, a pesar de haber dejado atrás la mudez hace mucho, sabía que sus propias palabras eran algo con lo que no quería cargar, ya sea por miedo a romper su último juramento en pie, o por temor a aquello desconocido que alguna vez había anhelado tanto.

Pensaba continuar con esa monotonía hasta la muerte, y en eso se encaminaba ya: al no usar el Hakai, su cuerpo se iba consumiendo cada vez más.

Un día despertó, y se chocó vagamente con su reflejo. En otra ocasión lo hubiera dejado pasar, pero no pudo. No era capaz de ignorar lo que había hecho, no ahora que por fin lo tenía en frente. Observó su rostro, arrugado y demacrado; los ojos que alguna vez habían tenido un brillo especialmente cautivador ahora si limitaban a ser dos esferas opacas entre el cúmulo de piel y ojeras; en su lugar, poseía una enmarañada barba de vagabundo. Observó su cuerpo, preguntándose donde había quedado todo el músculo y la estructura que lo hacía verse tan imponente, ahora era nada más que hueso y piel; sus brazos, habían adquirido una forma extraña, pues algo más que los rodeara además de la piel, las grandes manos y antebrazos sobresalían de forma casi desagradable.

Le dolía verse de ese modo; la imagen que alguna vez había tenido de sí mismo se había perdido, ya no existía.

Por primera vez, decidió salir de su planeta. Quizás eso lo despejaría, y le permitiría liberarse un poco de ese ambiente sombrío con el que convivía a diario. Al no tener consigo al Ángel, le tomaba más tiempo viajar, así que, al llegar a un planeta, decidía quedarse un tiempo en este hasta que estaba lo suficientemente cerca y con las energías recuperadas para viajar al siguiente.

El primero que visitó, un lugar agradable, pero completamente desierto, exceptuando por algunas criaturas que vivían con miedo de salir al exterior, no parecía que fueran a sobrevivir mucho tiempo. El siguiente, un infierno total, sumergido en la guerra y la matanza, nuevamente, parecía que no había necesidad de interferir para que todos mueran, era cuestión de tiempo. Lo siguientes, más miseria, más escasez, más involución y criaturas primitivas sin consciencia de su existencia.

Al ver tal escenario, Farnat supo que todos estaban condenados, él mismo y todo el universo. Si no se mataban entre ellos, un nuevo Dios se encargaría de hacerlo, de todas formas, eran un caso perdido, y no parecían querer escuchar las palabras de ningún Dios. Aún así, podía escucharlos, podía sentir sus emociones y saber lo que pasaba por la mente de cada uno de ellos, aquella habilidad antes había sido una tortura para el aspirante a Dios, ahora parecía haberse convertido en una parte natural de su ser, simplemente no le provocaba nada. Aunque a pesar de saber sus pensamientos, no podía entenderlos, ni empatizar con su modo de vida.

Para él solo quedaban dos opciones: perecer, y dejar que el destino se hiciera cargo de esa gente, o resignarse a ser el destructor que no quería, y acabar con todos.

Su desorientada cabeza no le permitía pensar con claridad; quería seguir su plan original y dejar que el tiempo se encargara de hacerlo pedazos, pero la verdad era que sentía temor de lo que le deparaba ese futuro, era fácil afrontar las cosas cuando era fuerte y tenía oportunidad, pero ahora ya no lo era, y no podía escapar de la muerte.

Aquellos pensamientos inquietantes se encargaron de resonar en su cabeza como si de un desgastado tambor se tratase, hasta marearlo. Decidió ir a varar a un lugar tranquilo para aclarar sus ideas, un planeta aparentemente inhóspito, pero con bonita vegetación, y un bonito paisaje que apreciar mientras se sentaba, dispuesto a reflexionar.

Luego de un rato, advirtió la presencia de otras personas, lo cual no lo sorprendió, pues hubiera sido raro que en un planeta en condiciones no habitase nadie. No se molestó en esconderse, pues estos primitivos seres no eran capaces de distinguirlo; llegaron en manada, seguramente en búsqueda de un refugio o abastecimiento. Hacía rato que no contemplaba a una raza cuya conducta no fuera sumamente explosiva, por lo que seguirlos un tiempo pareció más interesante que tratar de forzarse a resolver un dilema existencial que no quería plantearse.

Evolucionaban rápido; a lo largo de unos años habían cambiado ciertos rasgos estructurales, además de que ya eran capaces de cazar fabricando sus propias armas a base de elementos naturales, y pese a que no eran físicamente muy fuertes, eran eficientes con el trabajo.

No obstante, a lo largo de las décadas hubieron lapsus que irrumpían su calma y parecían amenazar con extinguir la raza; en esos momentos, Farnat esperaba el momento para dar la vuelta y marcharse, pero para su sorpresa, al final lograban superar los obstáculos que debían, al menos, una parte de ellos, y así se volvían más fuerte. Aquello le recordaba sobremanera a sus días tratando se sobrevivir en un planeta desconocido, donde su voluntad era lo único que lo obligaba a no detenerse. Pero estos seres no parecían lo suficientemente conscientes como para tener razones muy profundas para querer vivir, sino que su instinto para adaptarse estaba muy desarrollado. El verlos actuar de ese modo lograba intrigarlo más, por lo que siguió vigilándolos.

Algo muy curioso que había llamado la atención de Farnat desde el comienzo, era el hecho de que, además de ese instinto natural de supervivencia, poseían un conocimiento innato acerca de los Dioses, o al menos, parecían contar con la necesidad de atribuirle a estos sus logros, quizás ese era su modo de afrontar los problemas. Cuando los observaba y se metía en sus pensamientos, estos parecían aliviados con la idea de que alguien los estuviera protegiendo, o al menos, que existía alguien más grande que ellos allá afuera. Les causaba alivio, pero otras veces, la misma idea parecía atemorizarlos. Era algo que aún no lograba entender.

Había largos periodos donde el entorno no era la amenaza, sino su desarrollo a nivel neurológico. Contrario a lo que hubiera pensado, se volvían más violentos. Amenazaban con matarse entre ellos a menudos, y las guerras comenzaban a surgir y dividir a todos en bandos enemigos. El desagrado del Dios ante esto fue notorio, se hallaba decepcionado por alguna razón, al ver que habían tomado el camino equivocado, en especial porque tenían el descaro de atribuirle a él todas las desgracias por las que estaban pasando, aún cuando no hacía más que observar; y llegó a la conclusión de que debía acabar con ellos, antes de que empeoraran su situación.

Pero algo lo detuvo.

A pesar de todo, no habían perdido su esencia. Seguían creciendo, aún en medio de los destrozos, seguían evolucionando, renovándose, creando armas, creando cultura y métodos alternativos. Al poco tiempo, la guerra cesó; las consecuencias fueron notorias, en las bajas y en el maltrato de su mundo, pero no parecían haber retrocedido, por el contrario, ahora eran más firmes, y parecían haber aprendido de sus errores.

Aquella inesperada conclusión dejó pensando a Farnat. ¿Acaso había estado equivocado todo este tiempo? ¿Y si sus métodos extremos no eran eficientes y al final las guerras eran otro elemento más en la evolución de las especies? A lo largo de su vida, se había dedicado a evitar los conflictos, y a cargar por sí mismo con el peso de las muertes, porque lo veía como algo innecesario, algo que se podía evitar, pero... Quizás lo había llevado demasiado lejos, quizás había interferido en algo donde no debía. Había impuesto su visión por sobre el orden natural de las cosas, y aún si su universo estaba sentenciado desde el inicio, no le cabía duda de que les había negado una valiosa oportunidad de redimirse. Al final, había sido él quién les había quitado la oportunidad de elegir.

Estaba shockeado, ¿Y cómo no estarlo? Tenía frente a él a una especie que parecía ir contra sus creencias. Pero no era momento de arrepentirse de nada, él más que nadie lo sabía. Ya había tomado sus decisiones, y negar que se había sentido feliz con ellas sería negar también el recuerdo de sus seres queridos que aún vivían en él. Más que nunca, debía aferrarse a su ideología, y seguir adelante.

Tenía muchas dudas que responder aún, por esa razón, decidió bajar, para poder comprender al fin qué demonios había en la mente de los seres humanos, y quizás podría aprender de ellos.

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